miércoles, 22 de septiembre de 2010

MADUREZ ESCOLAR

El concepto de madurez para el aprendizaje escolar se refiere a la posibilidad que un niño, al momento de su ingreso al sistema educacional formal, posea un nivel de desarrollo físico, psicológico y social que le permita enfrentar adecuadamente la situación escolar y sus exigencias asociadas, junto con la posibilidad de apropiarse de los valores tradicionales y de la cultura de su entorno (Condemarín y cols., 1986; Milicic, 2000).
No existe un estado de madurez general que garantice el éxito en el dominio de la situación escolar, si no que niveles de desarrollo de funciones susceptibles de ser perfeccionadas si se respeta el tiempo en que deben ser enseñadas, así como las formas de efectuar las actividades escolares.
Estas funciones se conocen conceptualmente como funciones básicas y es objetivo central de la educación preescolar, velar porque el niño menor de seis años reciba de forma continuada, sistemática y ordenada el desarrollo de dichas funciones, tal que ello le permita enfrentar con éxito las exigencias programáticas futuras.
El concepto de funciones básicas designa operacionalmente determinados aspectos del desarrollo psicológico del niño, que evolucionan y condicionan, en última instancia, el aprestamiento1 para el logro de determinados aprendizajes (Condemarín y cols., 1986). Las funciones básicas también han sido denominadas destrezas y habilidades preacadémicas.
La educación preescolar permite entrenar y desarrollar habilidades y destrezas en el niño (de ahí la importancia de que todos tengan la posibilidad de ingresar a ella) que lo dejan en situación de enfrentar el currículo programático de la educación general básica, principalmente en relación al aprendizaje de la lectura, la escritura y el cálculo. Luego, este aprendizaje sólo se logrará de manera satisfactoria, si el grado suficiente y necesario de madurez de las funciones básicas del niño se ha alcanzado.
Condemarín y cols. (1986) señalan que las funciones básicas son las que a continuación se describen:
1. Lenguaje
El estudio del lenguaje como función básica para el aprendizaje de la lectura, la escritura y el cálculo debe analizarse al menos desde tres puntos de vista, a saber:
1 El concepto de aprestamiento alude a que el niño tiene la preparación y desarrollo suficiente para un lograr exitosamente un determinado tipo de aprendizaje. En relación al aprendizaje escolar, se supone que un niño al ingresar a primer año básico ha de estar más menos apresto en sus funciones básicas para el aprendizaje de la lectura, escritura y cálculo, ya que el proceso de apresto se realiza en la educación preescolar.
1.1) Recepción. Corresponde a la capacidad del niño de recibir la estimulación auditiva del lenguaje oral. Los procesos a la base de esto son la acuidad y la discriminación auditiva.
La acuidad se refiere a la habilidad para diferenciar sonidos de diferentes tonos y sonoridad. Una adecuada acuidad permite al niño escuchar claramente los sonidos de la palabra hablada, aspecto que es fundamental para el aprendizaje de la lectura.
La discriminación auditiva es la habilidad para oír semejanzas y diferencias entre los sonidos de las letras cuando suena la palabra. Esto permite al niño distinguir que palabras empiezan o terminan con el mismo sonido, el cual lo hace de manera distinta, etc. El asociar la pronunciación de la palabra impresa con la memoria auditiva es básico principalmente para el aprendizaje de la lectura.
1.2) Comprensión. La compresión verbal es fundamental para el aprendizaje escolar, por cuanto la enseñanza básica se hace principalmente sobre la base del lenguaje oral. Esto supone que el niño debe tener cierta madurez de los procesos del pensamiento que le permitan generalizar, abstraer, sintetizar, etc.
1.3) Expresión. La presencia de condiciones mínimas de fonoarticualción, sintaxis y conceptualización en la expresión del lenguaje, resultan esenciales para el aprendizaje escolar.
La evaluación de la madurez de esta función es esencial, por cuanto existe una fuerte relación entre trastornos del lenguaje, en sus distintos aspectos, y dificultades en el aprendizaje de la lectura.
2. Percepción
La discriminación perceptiva es la capacidad que presenta el niño para distinguir las diferencias entre los estímulos que recibe. Estos pueden ser visuales (por ejemplo, letras), auditivos (por ejemplo, la instrucciones que entrega el profesor) o kinestésicos (por ejemplo, círculo - cuadrado - rectángulo - triángulo). De ahí que la madurez de esta función sea esencial para el aprendizaje escolar. Según Bravo (1995), la maduración perceptual se demora a consecuencia de alteraciones del desarrollo infantil y está a la base de un importante número de retrasos en el aprendizaje.
3. Orientación espacial y temporal
La orientación espacial es la capacidad del individuo de mantener relaciones estables con el medio ambiente, es decir, tomar conciencia de la posición respecto del espacio que ocupa y aquello que lo rodea. El retraso en la madurez de esta función ha sido correlacionado importantemente con trastornos en el aprendizaje de la escritura.
La orientación temporal es la capacidad del individuo de situarse en el momento (el ahora) en que ocurre su toma de posición respecto del espacio en que se encuentra (el aquí) y lo que lo rodea. La adquisición de la conciencia del tiempo, implica que el niño puede otorgar sincronía, ritmo y secuencia a sus conductas orientadas al aprendizaje.
La sincronía es la simultaneidad controlada de movimientos integrados para lograr un determinado objetivo. El ritmo es la sucesión regular de actos sincrónicos repetitivos (una cadena conductual) elaborados para un propósito determinado. La secuencia es la posibilidad de ordenar en el tiempo dichas cadenas conductuales destinadas al logro de un determinado objetivo. El lector notará con facilidad, que la madurez de estas funciones de orientación temporal es esencial para cualquier tipo de aprendizaje escolar, principalmente para el de la lectura.
4. Función corporal
La función corporal es la representación global, específica y diferenciada que el individuo tiene de su propio cuerpo. Aspectos centrales de la función corporal son los siguientes:
4.1) Lateralidad. La lateralidad puede ser entendida desde dos puntos de vista. La lateralidad gestual, esto es, la predominancia de un hemisferio cerebral sobre otro, y la lateralidad de uso que corresponde a la prevalencia corporal (ojo - mano - pie) que se da en el desarrollo de las actividades cotidianas.
La distinción derecha - izquierda derivada de la madurez de la lateralidad (la cual debiera estar prácticamente definida hacia fines de la preescolaridad) resulta central para el aprendizaje escolar (Bravo, 1995). De hecho, la literatura especializada correlaciona fuertemente un pobre desarrollo de la lateridad con trastornos severos del aprendizaje de la lectoescritura. Por otra parte, la zurdería contrariada (imposición del uso de la mano derecha en los niños de lateralidad izquierda) se ha relacionado con disgrafía, disortografía, dislexia e incluso espasmofemia (tartamudez). Luego, el respeto de la lateridad del niño en el ámbito educativo es central, y de allí que la evaluación temprana de la lateralidad sea importante para la elección de la mano en las actividades preescolares y en la iniciación de la escritura.
4.2) Direccionalidad. Las direcciones que atribuimos al espacio exterior (derecha - izquierda, arriba - abajo) resultan de la proyección de las sensaciones por medio de las cuales se perciben las actividades del propio cuerpo. Para el aprendizaje de la lectoescritura es indispensable la madurez de la direccionalidad, por cuanto en nuestro sistema de enseñanza - aprendizaje sólo se puede leer y escribir de izquierda a derecha y de arriba hacia abajo.
La madurez para ingresar a la educación escolar y poder aprender a leer, escribir y calcular no es una instancia psicológica que aparece en una etapa de desarrollo determinada y se mantiene de manera estática, sino que más bien corresponde a
una condición que se ha logrado producto de la madurez de todos los procesos biológicos, psicológicos y socioculturales, debido a una adecuada estimulación de los mismos.
Lo recientemente expuesto, es un esquema de las condiciones generales que debe poseer un niño para enfrentar el proceso de aprendizaje del primer año de educación básica.
Sin embargo, cuando estas condiciones no alcanzan un nivel adecuado conforme a lo esperado para la edad cronológica, es decir, cuando no hay aprestamiento para los diferentes aprendizajes escolares, se está frente a una situación de inmadurez escolar, esto es, la falta de afianzamiento de la funciones o habilidades básicas para el inicio del aprendizaje escolar, en relación a lo esperado para determinada cronológica y etapa del desarrollo.
Existen algunas pruebas estandarizadas que permiten medir las funciones básicas y con ello la madurez escolar. Dentro de éstas, quizás la de mayor uso e importancia, sea la Prueba de Funciones Básicas de Berdicewsky y Milicic, la cual permite realizar un diagnóstico de las habilidades necesarias para el aprendizaje de la lectoescritura. En el área del cálculo pueden utilizarse aquellas pruebas a las cuales se hace alusión en el tópico sobre discalculia, con el fin de evaluar las funciones de base no matemática (por ejemplo, la prueba de precálculo y la batería de pruebas piagetanas).
MTRO. JOSÉ C. LÓPEZ REYES

PROBLEMAS EN EL AULA DE PRIMERO: PROBLEMAS DE CONDUCTA Y DE APRENDIZAJE

Dentro de las tareas del desarrollo del niño en edad escolar están las de adecuar su conducta y su ritmo de aprendizaje a las exigencias del sistema escolar, logrando así interactuar socialmente en forma adecuada con adultos de fuera del sistema familiar y con su grupo de pares. El cumplimiento de estas tareas es básico para el desarrollo de una buena autoestima y actúa como elemento protector de la salud mental del niño.
En general, el desarrollo infantil normal es bastante armónico, existiendo un paralelismo en las diversas áreas del desarrollo, que permite que el niño se adapte fácilmente a las exigencias de su medio ambiente y que su conducta sea en general, relativamente predecible.
Pero, existe un grupo relativamente importante de la población infantil en que este desarrollo armónico no se da, lo que determina estilos cognitivos y conductuales diferentes. Este grupo está constituido por los niños portadores de los denominados Trastornos del Desarrollo.
Definimos Trastornos del Desarrollo como aquellas desviaciones en el patrón de desarrollo infantil que exceden el rango normal de variación porque ocurren ya sea en un tiempo, una secuencia o un grado no esperado para la edad del niño o etapa del desarrollo. Suponen, por definición, una inteligencia normal, ausencia de déficits sensoriales significativos y ausencia de lesión cerebral.
La incidencia de estos trastornos es muy variable y depende de las categorías diagnósticas en uso. Se ha informado que afectarían a alrededor del 15 % de la población infantil en edad escolar. Su intensidad también es muy variable, existiendo un continuo de dificultad, que a veces sólo se manifiesta ante exigencias ambientales demasiado altas para el niño.
Por otra parte, como existe una clara mayor incidencia familiar y predominan 2-4 veces en sexo masculino (lo que hacen suponer una fuerte base genética), es a veces difícil diferenciarlos de estilos cognitivos y conductuales distintos, propios de algunas familias, que sólo representan variación estadística en una población determinada,
De acuerdo al tipo de funciones neurológicas que experimenten un desarrollo relativo más lento, serán las manifestaciones clínicas que mostrará el niño. Así, por ejemplo, una combinación de dificultades en atención selectiva, control de impulsos, control emocional y control del grado de actividad motora, se manifestará como una dificultad importante del niño para adecuar su conducta a las exigencias de su medio ambiente. Esto sucede con los niños portadores de Síndrome de Déficit Atención - Hiperactividad.
Cuando la variación de funciones que experimenta el niño, se da en una combinación de dificultades viso-espaciales, organización de las secuencias temporales, memoria, control de la motilidad voluntaria y funciones cerebrales superiores, la manifestación será un Trastorno de Aprendizaje Escolar.
Pero, además puede desviarse el patrón de maduración del sueño y control de esfínteres (Enuresis nocturna primaria), el desarrollo del habla y lenguaje o el control motor (Dispraxia del desarrollo).
Existe una variada gama de posibilidades de combinación de estas definiciones neurológicas del desarrollo, que acompañarán al niño por períodos largos de tiempo, y que se expresarán clínicamente como variaciones en la conducta infantil y/o el ritmo de aprendizaje escolar. Muchas de ellas llevan a que el niño afectado sienta crónicamente, que no cumple las expectativas de su medio, con el consiguiente impacto emocional negativo.
A continuación se enfocará la vertiente conductual de los niños con trastornos del desarrollo expresada en el así denominado "niño hiperquinético".
Actualmente, después de haber pasado por una serie de denominaciones que se iniciaron con el de "Daño Cerebral Mínimo" y continuaron con la de "Disfunción Cerebral Mínima", se usa el diagnóstico de "Síndrome de Déficit Atencional - Hiperactividad" (SDA-H), que de acuerdo con la DSM IV diferencia 2 subgrupos:
Subgrupo SDA-H con conducta disruptiva, en que predominan síntomas de trastorno oposicionista-desafiante, trastornos de conducta, labilidad emocional y resistencia al condicionamiento.
Subgrupo SDA-H con trastorno específico de aprendizaje, en el que predominan los déficits perceptual y cognitivo, déficit atencional, y se expresa por bajo rendimiento en destrezas académicas específicas.
Las manifestaciones cardinales del SDA-H son:
hiperactividad
impulsividad
inatención o labilidad atencional
Estas manifestaciones están asociadas a un grado variable de labilidad emocional y alta resistencia al condicionamiento (es decir, la capacidad modificar la conducta en base a refuerzos externos: premios o castigos). Dependiendo de su intensidad, se pueden manifestar precozmente en la vida del niño, siendo notorios en muchos caso, ya en el primer año de vida.
Hiperactividad
Consiste en una actividad motora excesiva y desorganizada; el niño tiene dificultad para quedarse quieto en los momentos en que debe hacerlo. El niño va a ser descrito como permanentemente en movimiento, "como dirigido por un motor". A distintas edades se expresa de manera distinta.
Hiperactividad en el 1er año de vida:
Trastorno del sueño
Cólicos importantes
Irritabilidad
Dificultad en la alimentación
Vómitos voluntarios
Poca adaptación a los cambios de rutina
Hiperactividad en el 2º año de vida:
"Nunca camina, siempre corre"
Muy inquieto, salta constantemente
Destructivo, con ausencia de temor al peligro
No persevera en ningún juego
Toma un objeto tras otro
Se intoxica con medicamentos y otras sustancias
Hiperactividad entre los 3-4 años de vida:
Siempre está pidiendo algo y parece no escuchar
No puede jugar solo y cambia de actividad constantemente
No puede jugar con otros niños
No responde a premios ni castigos
Es rechazado por extraños al hogar
En Jardín Infantil no acata normas ni sigue instrucciones
Hiperactividad entre los 6 y 9 años:
Problemas de conducta escolar
Dificultades de aprendizaje escolar
Estilo conductual y cognitivo impulsivo
Alta distractibilidad
Baja tolerancia a las frustraciones
La conducta hiperactiva tiende a atenuarse desde los 12 años hacia arriba. En el adolescente se manifiesta fundamentalmente como una necesidad de someterse a una mayor cantidad de estímulos ambientales y experiencias nuevas, con dificultad para funcionar en tareas sedentarias y posponer la satisfacción inmediata de necesidades.
Impulsividad
Se manifiesta claramente en el estilo conductual del menor, en que a menudo actúa sin pensar y le cuesta anticipar las consecuencias de su conducta. Entra en conflictos con su grupo porque frecuentemente no respeta turnos en juegos o en situaciones de grupo. En su trabajo escolar, tiene excesivos cambios de una actividad a otra, con dificultad para organizar su trabajo y necesidad de mayor supervisión de adultos.
Labilidad atencional
Se expresa como dificultad en cualquier labor que requiera de atención sostenida. Esto significa dificultad para concentrarse y perseverar en tareas escolares y también en situaciones de juego. Estos niños a menudo parecen no escuchar.
Todas las manifestaciones previamente descritas tienden a atenuarse a medida que el niño se acerca a la pubertad. Pero, como por otra parte, las exigencias del ambiente aumentan, estas características se transforman en crónicamente desadaptativas e interfieren en la conducta del niño por períodos largos de tiempo.
Las familias y el medio escolar de estos niños hiperactivo, impulsivo, con juicio pobre, poco tolerante a las frustraciones, a veces destructivo, reaccionan con rabia, rechazo, aislamiento o vergüenza. Esta reacción determina a su vez, en el niño sentimientos de rabia, frustración, aislamiento y, finalmente, pobre autoimagen y conductas agresivas, que a su vez aumentan el rechazo a que es sometido el menor.
La vertiente no disruptiva conductualmente del SDA-H es la asociada a Trastornos específicos de Aprendizaje escolar. El concepto de Trastorno Específico de Aprendizaje se refiere a niños de inteligencia normal, que no teniendo trastornos emocionales significativos ni limitaciones motoras o sensoriales, tienen dificultad para aprender algunas tareas específicas, tales como la lectura o el cálculo matemático, presentadas a través de métodos de enseñanza convencionales.
La dificultad de aprendizaje de la lectura: la dislexia, es el trastorno de aprendizaje más frecuente. Pero un niño disléxico frecuentemente tiene dificultades de aprendizaje en otras áreas, tales como la escritura o las matemáticas, o como sucede frecuentemente, problemas en el uso del lenguaje oral.
El criterio diagnóstico para dislexia más comúnmente aceptado es el de destrezas lectoras descendidas en 2 o más años que lo esperado para el curso y edad del niño. Sin embargo, este criterio tiende a subestimar la severidad del trastorno en niños de poca edad y cursos inferiores. Además de tornar en cuenta el nivel de rendimiento en lectura, el diagnóstico de dislexia debe basarse en el estilo de lectura que tiene el niño, evaluando el tipo de errores que comete y las estrategias compensatorias a que recurre.
La incidencia actual de dislexia es difícil de determinar y depende de las categorías diagnosticas en uso. Las cifras estimadas van entre 5 % a 15-20 % de la población infantil.
Existe, en general, una clara asociación entre dificultades de aprendizaje de la lectura y déficit atencional. Sin embargo, existen niños con trastornos específicos de aprendizaje que se dan en forma relativamente pura. Este grupo se caracterizará por:
Problemas de atención sólo en el trabajo académico
Comportamiento adecuado para la edad
Habilidades para la lectura y matemáticas por debajo de lo esperado para su edad y capacidad intelectual.
También existe otro grupo poco numeroso de niños que tienen un SDA-H prácticamente no asociado a trastornos específicos de aprendizaje. Este grupo se caracteriza por:
Bajo rendimiento global o rendimiento altamente irregular
Inmadurez emocional e impulsividad
Habilidades adecuadas para la lectura y las matemáticas
El impacto negativo en el aprendizaje producido por una falla de atención, lo entendemos a través del esquema siguiente:
El factor motivacional es clave para que el niño aprenda y tenga expectativas de logro. La mayoría de los niños con dificultades de aprendizaje serán rotulados como "desmotivados". Esto lo podemos entender en el siguiente esquema:
Las consecuencias que tiene para un niño el presentar una dificultad de aprendizaje no
diagnosticada ni rehabilitada oportunamente se detallan en el esquema siguiente:
Ampliando un poco más la visión del problema, ante un niño con dificultades de conducta y/o aprendizaje escolar deben considerarse los siguientes aspectos:
Déficits sensoriales (auditivos y visuales)
Trastornos cognitivos: retardo mental, déficit atencional, trastornos específicos de aprendizaje
Enfermedades crónicas (que lleven a ausentismo escolar)
Factores pedagógicos: pedagogía inadecuada, enseñanza en otro idioma, inicio precoz de la escolaridad
Factores emocionales: disfunción familiar, trastornos por ansiedad, depresión primaria
Factores ambientales: medio cultural deprivado, bajas expectativas de logro
Evaluación diagnostica del niño con dificultades escolares
Anamnesis
Debe explorarse detalladamente: las dificultades escolares actuales, la historia escolar del menor, el estilo conductual del niño y su relación con pares, adultos del sistema escolar y con su familia. En este aspecto, es muy útil contar con un informe escolar. Deben ser explorados también los cambios en el apetito, las características del sueño y síntomas somáticos que apunten a ansiedad. La historia perinatal detallada y el desarrollo psicomotor temprano son importantes, al igual que la patología previa del menor. En la historia familiar interesa, no sólo los antecedentes de problemas conductuales o escolares de los padres, sino que el funcionamiento del sistema familiar.
En resumen, la historia debe cumplir 4 objetivos primarios:
Describir el tipo y severidad de la disfunción del niño, con su evolución temporal
Identificar y aislar las condiciones médicas crónicas que influyan en la conducta y/o aprendizaje
Identificar patrones familiares de disfunción
Identificar comorbilidad en el niño (trastornos por ansiedad, depresión, disfunción familiar)
Examen Físico y Neurológico
En general, proporciona menor información que la historia. Permite formarse una impresión general del desarrollo intelectual y del lenguaje del niño, así como del estilo conductual. Además, está orientado a descartar perímetro craneano anormalmente bajo, estigmas genéticos (hallazgos dismórficos menores múltiples), lesiones en la piel y visceromegalia.
El examinador experto podrá valorar fácilmente los signos de disfunción neurológica menor ("signos blandos"), que incluyen alteraciones de la coordinación motora, sincinesias, impersistencia e impulsividad motoras, disdiadococinesia, alteraciones menores del equilibrio, lateralidad cruzada y dificultades en reconocimiento derecha-izquierda. Estos signos son habituales de encontrar en niños con trastornos del desarrollo.
En la evaluación diagnóstica del niño con dificultades escolares el médico tiene un rol complementario con el que desempeñan otros profesionales (psicólogos, psicopedagogos, fonoaudiólogos, terapeutas ocupacionales), Así, por ejemplo, el psicólogo usará test estandarizados para evaluar funciones cognitivas, habilidades perceptuales, conducta adaptativa y dificultades emocionales. El psicopedagogo aplicará también tests estandarizados para evaluar dificultades específicas de aprendizaje.
Manejo Terapéutico del niño con dificultades escolares
El rol del médico también es complementario con otras intervenciones profesionales. Los objetivos terapéuticos siempre se plantean en base a un diagnóstico descriptivo, que considere áreas de competencia normal del niño, e incluya la educación a la familia y comunidad escolar y la modificación de la interacción patológica niño-familia, niño-colegio y colegio-familia
Los psicofármacos son importantes para modificar los aspectos conductuales, cognitivos y emocionales del niño, y permitir una mejor adaptación ambiental, pero no mejoran las dificultades específicas de aprendizaje, que requieren siempre de una rehabilitación psicopedagógica. Existe una experiencia de 4 décadas en el uso de psicoestimulantes como tratamiento sintomático para mejorar la capacidad de atención en estos niños y poder así: disminuir la impulsividad, controlar la inquietud motora y facilitar el aprendizaje. Los psicoestimulantes, al menos a corto plazo, tienen algunos efectos positivos en niños con SDA-H, en los aspectos de: conducta, regulación de la atención, desempeño social y perceptual y desempeño cognitivo. Han existido dificultades metodológicas para evaluar el efecto terapéutico de estas drogas, a largo plazo, pero no existe duda actualmente que el pronóstico de adolescentes con SDA-H mejora al asociar psicoestimulantes con otras intervenciones terapéuticas que intentan modificar el ambiente del paciente y ayudar a su estructuración general, ayudándole a organizar su conducta. La tendencia actual es a mantener la terapia con psicoestimulantes por períodos muy largos de tiempo, escogiendo la modalidad de tratamiento (continua vs. sólo en período escolar) de acuerdo a las necesidades del niño, con períodos de vacaciones del tratamiento para evaluar la necesidad de mantenerlo. Este tratamiento deberá continuarse mientras persistan las condiciones por las cuales se inició el problema y exista efecto terapéutico.
Se debe mencionar que este problema del SDA-H está notablemente sobreevaluado en algunos lugares, notablemente en ciertos colegios, en donde los niños y los padres se ven presionados por el sistema pedagógico a consultar al médico por esta presunta causa y, muchas veces, a buscar tratamiento medicamentoso. En nuestro medio, éste es un problema de creciente frecuencia y una clara preocupación entre la comunidad de padres, pedagogos y profesionales de la salud.
MTRO. JOSÉ C. LÓPEZ REYES.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

A LOS PADRES DE FAMILIA DEL CUARTO GRADO C CICLO 2010-2011

SALUDANDOLES MUY AFECTUOSAMENTE ESPERANDO QUE ESTE MES QUE INICIA SEA DE ÉXITOS Y BENDICIONES PARA TODOS. ESTOY A SUS ORDENES. ESPERO QUE SUS HIJOS REVISEN Y UTILICEN ESTE PORTAL.

miércoles, 8 de julio de 2009

CÓMO ANIMAR A LA LECTURA A TU HIJO DE PRIMARIA

A todos los padres nos encanta que nuestros hijos lean porque sabemos que con los libros no solo se aprende, sino que además se pasa bien. En cambio unos niños devoran libros mientras otros no los quieren ni ver. ¿Por qué? ¿Qué podemos hacer los padres para que nuestros hijos y nuestras hijas disfruten leyendo?





Leer es una actividad fundamental para adquirir conocimientos. Los niños que leen bien obtienen mayores éxitos y mejores calificaciones en los estudios. Todos los maestros y profesores coincidimos en que tener el hábito de leer es una condición necesaria para aprender con más facilidad. En las aulas nos encontramos con dos grupos de alumnos: aquellos que leen bien y les gusta leer y los que tienen dificultades para leer, no les gusta y, por lo tanto, leen muy poco o incluso nunca. Los padres de estos alumnos reacios a leer acostumbran a pedir ayuda: ¿Qué puedo hacer para que mi hijo lea más? Como muy bien dice Ángeles Caso en su artículo "Lectores del siglo XXI", no es fácil dar soluciones eficaces, a pesar de los años de experiencia de muchos profesionales, y mucho menos soluciones de las que pedimos los padres: que tengan éxito inmediato y que exijan poco tiempo y poco esfuerzo.
Como podemos comprender, nadie nos puede proporcionar un remedio de estas características, entre otras cosas, porque en educación no existen remedios milagrosos cual elixir de curandero. Pero sí ha habido estudiosos de la lectura que se han dedicado a observar el proceso lector de los chicos y chicas y a reflexionar sobre este comportamiento para saber qué pasa en los buenos lectores y qué sucede en los que leen poco.

¿Por qué no leen nuestros hijos?

A menudo se oye que la causa principal por la que no leen los jóvenes de hoy en día es la televisión. Puede ser que este cine casero no ayude a promocionar la lectura, ya que es más pasivo que el libro, exige menos esfuerzo mental, es más atractivo para los pequeños, etc. No vamos a insistir aquí sobre los problemas que presenta este electrodoméstico para la lectura y el estudio, pero yo quiero apuntar dos reflexiones:

· Primero que ya Rousseau, en el siglo XVIII, calificaba la lectura como "el azote de la juventud", lo que indica que, cuando no había televisión, leer también era una actividad poco atractiva para muchos jóvenes.

· En segundo lugar que, a pesar de que siempre se dice que se lee poco, nunca se ha leído tanto como en estos momentos y, a veces, la televisión, aunque parezca mentira, usada racionalmente, puede ayudar a leer. Así, es frecuente que las series televisivas de más audiencia disparen la venta de los libros en los que se basa, como ocurrió con la novela Yo, Claudio. Los seres humanos, y por lo tanto los jóvenes y los niños, cuando practicamos una actividad lo hacemos, entre otras, por dos razones: porque la vemos hacer a otros -imitación- y porque tenemos facilidad para realizarla. Como bien ha estudiado el psicólogo Bandura, la imitación de un buen modelo es una de las principales formas de aprendizaje humano. Por eso, cuando hablas con una persona que ha leído desde niño, normalmente dice que su padre, su madre, un abuelo... era un gran lector que, con su ejemplo y cariño, le enseñó a amar la lectura. El niño que no tiene un buen modelo tiene menos probabilidades de ser un entusiasta de la lectura. De la misma manera el que tiene dificultades para entender el lenguaje escrito -porque no tiene buena velocidad lectora, se equivoca al leer, no entiende lo que lee, etc.- tiene menos posibilidades de ser un buen lector. En mis largos años de experiencia nunca he visto a ningún niño que, no siendo un buen lector y leyendo con gran esfuerzo, le guste y quiera leer.

Qué podemos hacer para que lean

1. Que nos vean leer. El ejemplo es, en educación, el argumento más convincente porque posibilita la imitación, animando al niño o la niña a hacer aquello que hace una persona que tiene prestigio para ella como es su padre o su madre. Además, si yo no leo, ¿cómo voy a decir a mi hijo que leer es muy divertido? ¡Si no me ve leer nunca! Como no es tonto me preguntará: "¿A tí no te gusta divertirte?" O pensará: "Dice eso para que lea, pero no es verdad, leer es aburridísimo". Y no leerá.

2. Leerle nosotros. Es una práctica fundamental, tal vez la más importante y eficaz. Sobretodo, con los niños que tienen dificultades para leer y les cuesta gran esfuerzo hacerlo, con repeticiones de palabras o de sílabas, sustituyendo unas letras por otras, que les impide entender el mensaje y comunicarse con el libro. Leer así es aburridísimo. Es como leer en un idioma que no comprendemos, y no hay persona humana que pueda leer más de dos minutos en un lenguaje que no entiende. Pero al leerles nosotros, comprenden el mensaje, por lo que disfrutan con lo que oyen, están atentos y se dan cuenta de que en aquellas páginas hay historias divertidas que valen la pena. La lectura constante, gratis, como un regalo, sin pedir nada a cambio y con amor del adulto siempre despierta el interés y las ganas de leer a medio y largo plazo.

3. Contarles cuentos e historias. Es otra actividad que encanta a los niños de estas edades, aumenta el vocabulario y desarrolla la imaginación además de incrementar los lazos afectivos entre padres e hijos. Contar cuentos no es fácil y a veces nos sentimos un poco torpes, pero se puede aprender con un poco de esfuerzo. Hay libros en el mercado en estos momentos que dan muy buenas ideas y tienen cuentos tanto tradicionales como modernos.

4. Leer con ellos. Cuando el tutor/a nos dice que a nuestro hijo le cuesta leer y debe "practicar" en casa, no lo hará si lo dejamos solo ante el libro en su habitación. En estos momentos necesita nuestra ayuda y nuestro apoyo para que ejercite durante 10 minutos cada día. Leer con ellos supone, por ejemplo, repartirnos la página, llegando a un pacto: "Yo leo el primer párrafo y tú el segundo, ¿sale?". Leer con ellos requiere que nuestra actitud sea positiva, nunca crítica con sus errores, porque él se ha de sentir cómodo y, lo más importante, con ganas de leer al día siguiente otra vez. Si tiene dificultades para descifrar una palabra se le dice entera sin más, sin esperar a que él haga un gran esfuerzo de análisis que lo agote. Cuando lea una palabra por otra, por ejemplo, "camino" por "camión", se le puede decir: "Es verdad, podría decir camino porque empieza igual y se parecen mucho, pero dice camión", porque es importante justificar siempre sus errores que nunca son voluntarios. Y por último, una regla de oro: siempre un poco menos. Es mucho mejor hacer dos sesiones de cinco minutos que una de quince.

5. Suscribirlos a revistas infantiles y juveniles. Pocas personas hay que al llegar a casa y pasar ante el buzón, no miren a ver si tienen algo para ellos. Recibir correspondencia a nombre de uno es agradable. Los niños lo ven y sienten un poquito de envidia de que las cartas sean siempre para sus mayores. Por eso, suscribirlos tanto en centros comerciales que les manden libretos de publicidad a su nombre, como a revistas etc., que mensualmente les mandan un libro a su nombre les hace bastante ilusión y les anima a leer.

6. Explicarles algún pasaje que nos parezca adecuado del libro que estamos leyendo nosotros. Animar a la lectura es mover la voluntad del niño hacia una actividad que se supone placentera y agradable. Por eso comunicarles y hacerles partícipes de nuestras satisfacciones es demostrarle que leer es divertido y apasionante.

7. Respetar sus derechos como lector. Daniel Pennac, en su libro “Como una novela”, expone los diez derechos del lector, entre los que destacaría en estas edades el derecho a leer lo que le guste (aunque no sea de gran calidad literaria), el derecho a no terminar un libro (¿tú acabas una novela que te aburre?), el derecho a saltarse páginas, a leer en voz alta y a callarnos (¿a tí te gusta que te pregunten qué has entendido del libro que estás leyendo?).

8. Acompañarlos a las librerías a ver libros. Afortunadamente, cada vez hay más libros atractivos para los niños y más librerías especializadas para ellos o con secciones de literatura infantil y juvenil. Siempre respetando sus derechos conviene llevarlos de vez en cuando a ver libros, aunque no siempre compren. Tienen, como nosotros, el derecho a no comprar y nosotros la obligación de respetarlo. Pero es muy bueno que miren y desarrollen su curiosidad.

9. Animarlos a escribir. Siempre que escribimos, necesariamente leemos. Por eso los niños que tienen dificultades para leer, si escriben a sus amigos en verano, confeccionan notas, hacen rótulos en su habitación, etc., están leyendo y desarrollando su capacidad para leer más deprisa y con menos esfuerzo.

Mover la voluntad de tu hijo hacia la lectura requiere, como todo en educación, que estas técnicas y otras que tú te puedes inventar, las apliques con sentido común y con amor. Sentido común para elegir el momento más adecuado para llevarlas a cabo, respetando sus derechos como lector, y amor para comprender sus intereses, y solidarizarse con sus dificultades.
¡Ah! Y por último una sugerencia cariñosa. Si no tienes tiempo para leer, como es lógico, acércate a la librería de tu barrio, compra el libro de Pennac, y empieza por leer el capítulo 49 en las páginas 120 y 121. Ya me dirás tu opinión después ¿Sale?

La lectura: cómo contagiar ese virus tan beneficioso
Ves a tu hijo mirando la tele, dando patadas al balón, hablando por teléfono...todo menos tomar un libro y leer. La afición a leer, que los padres valoramos tanto, parece ser el último recurso para los chicos. Tu primer impulso es regañarlo ., pero hay otros procedimientos, más lentos, pero más efectivos. La afición a leer ha de actuar por contagio porque cuando se contrae la afición a la lectura, es difícil ya curarse…

Algunos padres tienen la impresión de que sus hijos no leen jamás. Les parece que cualquier afición, dinámica o sedentaria, resulta más atractiva para los chicos que tomar un libro. En consecuencia, nace en ellos el deseo de ver a los niños más aficionados a la lectura.
Nos estamos refiriendo, claro, a una lectura libre, no concebida específicamente como un aprendizaje, sino como un gusto, una afición, un hobby. Eveline Charmeux , en su obra “Cómo fomentar loa hábitos de lectura”, distingue dos clases de lectura: la lectura funcional y la lectura de placer. Mediante la primera, los lectores obtienen información, solventan situaciones. Es la lectura necesaria para resolver un problema, para conocer las reglas de un juego o un deporte, para saber cómo se monta una máquina. Mediante la segunda, se lee para divertirse, para pasar el rato, para explorar nuevos mundos. Es el tipo de lectura en la que el lector se deja llevar por las palabras, sin ningún tipo de propósito concreto que no sea el puro placer de sumergirse en un libro.

Entre los ocho y los doce años se generan muchos hábitos y aficiones; los niños están abriéndose al mundo, conociendo posibilidades y adquiriendo autonomía de movimientos. Es pues una edad adecuada para desarrollar un hábito lector que pueda consolidarse después en la adolescencia. Los padres tenemos un papel a jugar en la creación y consolidación de este hábito. Pero hay que tener claro que las estrategias para conseguir un hábito lector presentan unas peculiaridades diferentes a las que solemos emplear para conseguir otros propósitos. Es ineficaz plantearlo como una actividad de estudio, como plantearíamos, por ejemplo, la hora de los deberes. El famoso pedagogo y escritor italiano Gianni Rodari creó, con mucha ironía, unos consejos para conseguir que los niños "odiaran la literatura". Repasándolos vemos muchas de las actitudes equivocadas que empleamos a veces los adultos para conseguir que nuestros hijos lean. Por ejemplo, solemos presentar el libro como una alternativa (buena) a la televisión (mala) o a los cómics (malos). O les reñimos porque tienen demasiadas distracciones y diversiones. O les obligamos a leer un libro concreto sobre el que después tendrán que contestar unas preguntas. De esta manera el niño ve el libro como algo alejado de las "distracciones" que realmente le gustan, y, en cambio, lo identifica como algo muy próximo a los deberes escolares.

La animación a la lectura difícilmente se consigue por imposición. Se obtiene a través de un tratamiento positivo, obrando indirectamente para que se cree un clima favorable a la lectura. Hay quien dice que la afición de leer actúa por contagio: por contagio de unas actitudes, de un ambiente o de una oferta creada en su entorno para que se desarrolle este beneficioso "virus". Muchas veces las aficiones y los gustos están más ligados a la afectividad que a la efectividad. Más próximo a la persuasión que de la obligación. Se trata de conseguir que el hábito nazca de los propios niños, de crear las condiciones favorables para que surja de ellos el deseo de leer, y de seguir leyendo.

He aquí unas cuantas líneas de actuación interesantes:

· La primera: Crear en casa un ambiente de lectura. Ver al padre o a la madre con un libro o un periódico en las manos se convierte en una referencia importante del propio comportamiento. Supone además que en la familia hay ratos dedicados a la lectura a los que los hijos se pueden sumar.



· La segunda: Hablar sobre libros. Oír cómo se comenta el interés -o incluso el aburrimiento, por qué no- que suscita la novela que tienes entre manos prolonga la actividad lectora; se crea una transmisión de saberes y de comunicación muy importante para cimentar el gusto lector.



· La tercera: Leer los libros apropiados para tu hijo. Acercarse a la inmensa oferta actual de libros infantiles y compartirlos con los hijos va a suponer para muchos padres el descubrimiento de una literatura rica y variada, que proporciona momentos de conversación e intercambio con los niños.



· La cuarta: Buscar entre esta oferta temas que conecten con sus aficiones. Hay libros infantiles sobre muchos campos y dirigidos a mentalidades y edades muy variadas. No hay duda de que sobre lo que le gusta a tu hijo hay también títulos interesantes que le pueden atrapar.



· La quinta: Convertir la tele en una aliada, no en un enemigo. Si la pequeña pantalla es lo que realmente le engancha, hay que fijarse en sus programas y películas preferidos y tratar de buscar libros relacionados con su pasión. Tenemos ya garantizado un mínimo de interés.



· La sexta: Conocer la biblioteca pública del barrio. Los fondos de la sección infantil y juvenil de las bibliotecas públicas ofrecen muchos más libros de los que se puedan comprar en casa. Suelen celebrarse además actividades de animación a la lectura y encuentros con otros lectores.



· La séptima: Incluir en las salidas de compras una vuelta por una buena librería. Aunque no se compre nada, es bueno ver las novedades que han aparecido, o qué hay sobre un autor o un tema que le interesó.



· La octava: Tratar de averiguar qué tipo de lector es nuestro hijo y respetar sus ritmos. Hay lectores compulsivos, que no paran hasta que hayan terminado el libro. Los hay, en cambio, calmosos. Hay lectores a quienes les gusta releer el mismo libro y los hay ávidos de novedades. Los hay noctámbulos y diurnos. Darle un margen a su manera de leer contribuye a consolidar el hábito.



· La novena: No empeñarse en que le guste lo mismo que a sus padres. Hay que recordar que se está forjando su gusto por la lectura, no el de papá y mamá. Y hay que saber esperar para dar los libros adecuados en el momento oportuno.

Para terminar, el consejo más importante: no hay que impacientarse si vemos que estas estrategias no funcionan a la primera. Justamente porque actúan de manera indirecta, cuesta a veces que arraiguen desde el primer momento. A base de tantear, de descubrir sus aficiones y sus inquietudes se puede ir marcando la línea por la que desarrollar este hábito de manera efectiva, y, sobre todo, afectiva.

En estas vacaciones apreciable padre de familia, tómate un espacio y dedícaselo a tu hijo, estoy plenamente seguro que te lo agradecerá. Felices vacaciones.

MTRO. JOSÉ LÓPEZ.